La risperidona (nombre comercial: Risperdal, entre otros) es un medicamento que pertenece a la familia de los antipsicóticos atípicos. Aunque su origen y uso principal están relacionados con el tratamiento de la esquizofrenia y los trastornos bipolares, en los últimos años ha demostrado ser una herramienta importante en el abordaje de algunos síntomas asociados al trastorno del espectro autista (TEA).
La risperidona actúa regulando la actividad de determinados neurotransmisores, sobre todo dopamina y serotonina, que están implicados en la regulación de la conducta, el estado de ánimo y las emociones.
En el contexto del autismo, no se prescribe para “curar” el TEA (ya que no existe un tratamiento farmacológico curativo), sino para manejar síntomas que interfieren en la calidad de vida del niño, adolescente o adulto.
Los principales síntomas en los que la risperidona ha mostrado eficacia son:
En 2006, la FDA (Agencia de Medicamentos de Estados Unidos) aprobó la risperidona específicamente para el tratamiento de la irritabilidad en niños y adolescentes con autismo, siendo uno de los pocos fármacos con esta indicación reconocida a nivel internacional.
Es importante entender que la risperidona no mejora directamente la comunicación, las habilidades sociales ni las dificultades de aprendizaje propias del autismo. Su función es reducir la intensidad de los síntomas conductuales que pueden bloquear o dificultar el acceso a terapias educativas y de estimulación.
Cuando un niño con TEA disminuye sus crisis de agresividad o sus conductas autoagresivas, puede participar mejor en terapias de lenguaje, de integración sensorial o en la vida familiar y escolar.
Como todo medicamento, la risperidona no está exenta de riesgos. Los efectos secundarios más comunes incluyen:
Por eso, siempre debe prescribirse y controlarse por un pediatra, psiquiatra infantil o neurólogo, con revisiones periódicas que incluyan controles de peso, análisis de sangre y seguimiento clínico.
La decisión de iniciar risperidona se toma cuando:
Nunca debe usarse de forma aislada ni como “primera línea de intervención”. Lo ideal es integrarla dentro de un plan de tratamiento global que incluya apoyos educativos, terapia cognitivo conductual, terapias específicas para el autismo y acompañamiento familiar.
La risperidona sirve para reducir la agresividad, la irritabilidad y las conductas disruptivas graves en niños y adolescentes con autismo, mejorando su adaptación al entorno y permitiendo que se beneficien más de otras terapias. Sin embargo, debe administrarse bajo estricto control médico y siempre como complemento, no como sustituto, de la intervención educativa y terapéutica.